Hoy os traigo la crónica de mi primera subida al Mulhacén, un ascenso que hizo que en mi mente algo hiciera click cuando viajo, donde me reencontre en las Alpujarras con el niño que hizo allí su primer Raid con solo doce años, por lo que aquellas montañas siempre han sido para mi algo muy especial…
Os dejo aquí el vídeo y la crónica de nuestra aventura.
Vídeo de subida al Mulhacén
Crónica de la subida al Mulhacén
Salimos aquella tarde de viernes camino de las Alpujarras una de las zonas montañosas más bonitas de Andalucía, nuestro destino era Trévelez lugar donde dejaríamos el coche y donde comenzaríamos, sabíamos que de noche, la subida al mulhacén, la reina de las montañas en la península.
No eran pocos los que no confiaban en que no lo lograría, me decían que no estaba preparado, que era la más alta, que a ellos les había costado mucho… pero yo estaba decidido y motivado a llegar a la cima, aunque como veréis en alguna ocasión estuve cerca de darles la razón, pero los dioses de la montaña no me iban a dejar sin lograrlo…
El viaje ya tuvo varias paradas, primero me detuve en el pueblo donde vive Bea para recogerla y pasar más tarde por Córdoba donde ella compró el equipo necesario para hacer snorkel el domingo y una tarta para celebrar su cumpleaños en el vertice. Nunca podre olvidar la cara de algunas de las personas que llegaban arriba y al ver la tarta se les iluminaba el rostro…
Debido a las dos paradas llegamos tarde donde debíamos de dejar el coche, llevábamos unas dos horas de retraso frente al plan establecido pero aquello nos dio un poco igual la verdad, nos pusimos nuestras mochilas que pesaban más de lo que nunca lo habían hecho y comenzamos el ascenso bastante empinado por un camino donde de vez en cuando había un vado por el que pasaban los arroyos.
Al poco tiempo nuestros cuerpos se habían acostumbrado al peso de nuestras mochilas y nuestros ojos a ver con la luz de los frontales, aunque el camino se había convertido en una empinada vereda que en ocasiones era bastante compleja de seguir. Pero el cielo estrellado nos permitía disfrutar de un paisaje diferente al que generalmente estamos acostumbrados y así fuimos subiendo poco a poco en busca del primer refugio de montaña, lugar donde teníamos pensado pasar la noche.
Durante el ascenso hasta este primer campamento que habíamos previsto vimos que por el camino se podían encontrar bastantes escorpiones negros y arañas lobo, a las cuales les brillan los ojos con los frontales cuando las enfocas de frente, por lo que hay que tener cuidado donde te sientas si vas a descansar…
Rondaban ya las dos de la mañana cuando decidimos parar, no sabíamos donde estaba el refugio y el terreno se había llaneado lo suficiente como para poner la tienda de campaña, de modo que mientras Bea organizaba nuestro refugio nocturno, yo monté sobre una roca todo lo necesario para preparar una cena caliente.
Cenamos, charlamos un rato, le dí uno de sus regalos de cumpleaños y nos fuimos a dormir, sabíamos que al día siguiente teníamos que hacer cima y descender, por lo que no podíamos entretenernos demasiado tiempo.
Al despertar vimos que ya había algunos grupos de personas que iban en ascenso desde antes del amanecer y que pasaban a nuestro lado asombrados de que hubiéramos hecho noche allí y es que el refugio estaba solo a 50 metros de nosotros, pero la experiencia fue fantástica, hacía mucho tiempo que llevaba queriendo volver a hacer algo así.
Recogimos todo y retomamos nuestro ascenso por un valle del que bajaban riachuelos de agua helada y transparente que llenaban de música todo el paisaje, algunos tramos eran más empinados que otros pero se llevaba bien. Incluso vimos algunos jinetes que pastoreaban el ganado vacuno que libremente por allí andaba y que rumiaba al sol la verde hierba que crecía por todas partes.
Llegamos de este modo a una zona que de ser solo un grado más inclinada hubiera sido de escalada, y desde la cual caía una impresionante y preciosa cascada, donde todo el mundo se hacía fotografías y donde a sus pies nosotros nos encontramos con unos amigos que se dirigían hacia otra montaña pero que compartían este tramo.
El espectáculo de la cascada no era nada comparado con lo que pudimos observar arriba, el Valle de la Siete Lagunas, totalmente verde tornándose gris y marrón por la roca según ascendías la mirada, y dominado por el pico de la montaña que aún se encontraba a varias horas de caminata.
En aquel valle, cuyas lagunas alimentaban la cascada anterior, los grupos de montañeros plantaban sus tiendas, preparaban sus vivacs y descansaban. Nosotros teníamos todo nuestro equipo y debíamos de subir con él, pues esperábamos bajar por otra parte, además al día siguiente a las diez de la mañana teníamos que estar en Maro, cerca de Nerja.
No obstante nos detuvimos a comer, y era como estar en una película de aventuras, pues de vez en cuando se veía un grupo de personas que se preparaba, dejaba sus cosas más pesadas en el valle y comenzaban el ascenso en fila, como hormiguitas, mientras otros grupos iban regresando.
De este modo comenzamos nosotros también el ascenso, pero esta parte es la mas dura, pues todo es lasca de roca, en muchos casos suelta, con una pendiente empinada y con el peso de las mochilas se hacía muy duro,
Nos acercamos hasta unos nevados desde donde se podía ver el valle abajo y la cima aun lejana pero donde ya se distinguían algunos puntitos como personas.
Recuerdo que en ese momento mi cuerpo ya estaba al límite, “Cuando estas cerca de la cima hay mil razones para abandonar y solo una para seguir adelante”.
Ya no nos quedaba apenas batería en los teléfonos, y la vuelta la tendríamos que hacer por el camino de ascenso por lo que yo estuve a punto de decirle a Bea que siguiera ella, que la esperaba allí. Tal vez aquellos que no confiaban en mi, que decían que no lograría, tenían razón… pero como os dije antes los dioses de la montaña tenían otros planes, pues cuando ya iba a abandonar desde otro sendero, solo visible por marcas de colores en algunas rocas, aparecieron tres hombres que nos dijeron que no había que hacer la ascensión directa que había una alternativa más larga en distancia pero más rápida, menos dura y con mejores condiciones, de modo que decidimos seguirla.
Este tramo estaba fuera de nuestro itinerario pero decidimos adaptarlo y nos llevó por el Mulhacén II, un pico un poco más bajo que nuestro objetivo y siguió hasta una subida que nos dejaba en el vertice del Rey. Habíamos llegado al vértice. Habíamos coronado el Mulhacén.
Allí llegaba gente todo el tiempo, gente que con menor o mayor cansancio había logrado el mismo objetivo que nosotros, y allí todos nos hacíamos fotos, disfrutábamos de las vistas…
Bea sacó la tarta, que a esas alturas estaba un poco pocha pero pudo arreglarla y empezó a repartir trozos a todo el mundo. La gente se sorprendía pero cogía el trozo de tarta como si se tratase de ambrosía o de maná, y la devoraban disfrutándola como si la hubiera hecho la abuela de cada uno.
Tras descansar comenzamos el descenso, no sin antes despedirme de la montaña (ya sabéis mi costumbre de decirle Namaste a los picos cuando me voy), habíamos decidido que sin GPS lo mejor era bajar por donde habíamos subido y de ese modo a las diez de la noche llegamos de nuevo al Valle de las Siete Lagunas, donde nos pusimos los frontales y seguimos descendiendo, teniendo que detenernos en algunas ocasiones para orientarnos, pero nuevamente fue toda una aventura.
Recuerdo que el tramo que subimos el día anterior se nos hizo muy largo, íbamos ya agotados, con las piernas temblando y aunque teníamos agua ya solo queríamos llegar al coche.
Llegamos a las dos de la mañana, cansados después de 26 horas de expedición pero logramos nuestro objetivo, habíamos subido y bajado el Mulhacen haciendo noche…