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Subida a la Atalaya, techo de Albacete

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  • Categoría de la entrada:Senderismo y +
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Después de nuestra aventura para subir el Obispo, techo de Murcia, intentamos llegar hasta la pequeña aldea de Fuente de la Carrasca, pero aquella noche el GPS no encontraba el acceso que no fuera por caminos de tractores, de modo que buscamos una gasolinera para comprar algo y pedir indicaciones sobre como llegar decidiendo quedarnos a dormir en el área de servicio y al día siguiente buscar el acceso a la aldea.

Siguiendo las indicaciones del dependiente de la gasolinera cruzamos por algunos pueblos semiabandonados hasta que se sale de Cañada de la Cruz y se toma una carretera que ha vio tiempos mejores hace muchos años. Lo cual es una autentica pena por que la comarca es preciosa.

Llegamos esquivando baches en el camino, algún que otro coche (seguramente de algún aldeano) y socavones, hasta Fuente de la Carrasca. El típico pueblecito de una calle y con no mas de 20 casas muchas de ellas sin habitantes y pero el resto realmente encantadoras, un sitio de paz sin duda, y como protegiendo la aldea, la montaña abrazándola.

Aparcamos y sin más florituras comenzamos a ascender por un sendero causado por un riachuelo seco, habíamos empezado mucho más tarde de lo que pretendíamos.

He de admitir que este primer tramo fue bastante duro para mi y me tuve que parar un par de veces, es curioso como luego viéndolo con perspectiva ves que no era tan duro que todo esta en tu mente y cuando te das cuenta de eso empiezas a subir muchísimo mejor…

Después del riachuelo seco cruzamos un bosquecillo de pinos y salimos a una pequeña llanura de roca de la que surgía de nuevo el ascenso en el cual hay que trepar para llegar a un cresteo y salir a las cimas de la montaña y digo cimas por que en ese altiplano donde nos encontrábamos estaban El Pico de Las Cabras y la Atalaya (de tan solo tres metros más).

Mientras nos acercábamos a La Atalaya, techo de Albacete, empezó a levantarse un viento que no dejaba de crecer en fuerza, de modo que al llegar al vértice, que en este caso se trata de un montón de piedras, con los cortavientos, los guantes, los polares… puestos, nos refugiamos a sotavento para comer algo y decidir que si el viento seguía en aumento era peligroso seguir allí arriba pues la parte de descenso con escalada podría complicarse, de modo que teniendo a un kilometro el Pico de las Cabras por un llano, decidimos que era mejor no arriesgarse a ir.

De este modo habíamos coronado cuatro cimas en dos días, dejando la quinta apartada pero contentos de lo que habíamos logrado, de modo que nos hicimos las fotos pertinentes en La Atalaya y comenzamos el camino de vuelta salvando el viento y descendiendo por el mismo camino hasta el coche y a veces más que andar, bajábamos esquiando deslinzándonos entre las piedras sueltas y haciendo eslalon con los bastones y nuestras rodillas para no caernos.

La verdad es que la montaña tuvo algo de especial, no se que fue, pero tuvo un poquito de todo y eso es lo bonito, ya que hay que saber cuando retirarse, cuando seguir adelante y cuando esperar.

No eran las dos de la tarde cuando estábamos en el coche de vuelta y a Bea se le ocurrio terminar el fin de semana en el Albaicín, pero eso es otra historia…

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