El Camino continua desde Zafra hasta Villafranca de los Barros siguiendo la misma tónica que la etapa anterior, de hecho conforme la etapa se va alargando los kilómetros se van haciendo más y más pesados por un paisaje monótono que te hace ser consciente del nombre de estas tierras, pues Extremadura no se llama así por nada.
Lo único reseñable es al salir de Zafra que tras subir un cerro y bajarlo por la otra parte se llega a un pueblo precioso llamado Los Santos de Maimona, donde junto a su plaza encontramos un mercadillo en el que compramos algo de fruta y buscamos una farmacia para comprar algo para la garganta pues me había levantado con las anginas irritadas, y no fue por que pasara frío precisamente, pues como os dije el albergue había sido una pasada.
Los últimos kilómetros se hacen en un camino de grava que va mordiendote los pies a cada paso pero que sabes que tienes que recorrer para cumplir con el objetivo, no solo de la etapa sino de toda la peregrinación.
De hecho en esta etapa me alegré de no haber hecho mi primera vez el tramo de Sevilla a Mérida pues es casi seguro que no hubiera repetido. No te encuentras con apenas nadie, tan solo algún peregrino perdido, o como nosotros con un matrimonio inglés que llevaba cinco meses viajando en bici con sus hijos de como mucho 7 años, pero el camino es aburrido, monotono y muy cansino.
Pero no todo es malo, las gentes de Extremadura son geniales, te ayudan en todo lo que pueden.
Aquel día llegamos tarde, alrededor de las cuatro de la tarde y dando gracias al Tito Santi por el tiempo que nos hacía, pues aquella meseta desierta con el sol pegando y el albedo de la tierra arada desprendiendose de los sembrados debía de ser el infierno en la tierra.
Pues a pesar de la hora nos atendieron en el Bar El mayor, a la derecha de la iglesia del pueblo dándonos una comida realmente espectacular. Os recomiendo que si pasáis por Villafranca de los Barros comáis allí.
Tras aquello nos fuimos al albergue y, aquel día en el que yo había andando con la garganta tomada desde por la mañana, el agotamiento fue tal que tras ducharme caí rendido en la cama hasta que llegaron Juli e Isaac con bituallas para cenar macarrones.
Aquel día dormí once horas, pero al menos me levanté bien para la etapa que teníamos por delante, unos 29km hasta Torremejía donde teníamos que llegar antes de perder el bus de regreso a Sevilla.
O al menos eso creía…